En torno a la tradición picaresca: Lazarillo de Tormes y Periquillo Sarniento

Paul Kidhardt, PhD

Uno de los grandes aportes de España a la literatura universal fue la creación de la novela picaresca. Con la publicación del anónimo Lazarillo de Tormes en Burgos en el año 1554 — últimos años del reinado del Emperador — aparece en la literatura española la novela picaresca. Este aserto es lugar común en todas las historias de la literatura española. Más aún, con Lazarillo de Tormes surge la novela moderna. Es preciso exponer las razones que dan fundamento a este juicio.

Bien conocida es la afirmación de Menéndez y Pelayo en su famoso libro Orígenes de la novela: “la novela es una degeneración de la epopeya”. El juicio de Menéndez y Pelayo sobre los antecedentes de la novela en la literatura épica ha sido compartido por historiadores y críticos literarios. Basándose en el carácter narrativo de la literatura épica, estos historiadores y críticos han visto en la novelística una a manera de hija pródiga de la epopeya, como a una forma épica bastarda. Y la crítica tradicional que se deja llevar por la forma de elocución – la narrativa – ha querido remirar cierta degeneración de la épica en los asuntos y personajes propios de la novela. No cabe duda que la novela tiene su origen en la épica. Si se trata de la historia de la novela en la literatura europea se encuentra un dilatado período en el que la novela era en esencia caballeresca. Se podría opinar que la novela de caballería, lectura predilecta de las minorías lectoras en los últimos años de la Edad Media y en los principios del Renacimiento, era una epopeya individualizada. La novela de caballería era la personalización de la épica. La literatura épica de la infancia de las culturas tenía un fondo anónimo, popular, un perfume a pueblo, a colectividad histórica. En el proceso histórico la personalidad clama por sus fueros y resalta del conjunto histórico; se individualiza y de esa individualización se dibuja el héroe caballeresco, figura central de las novelas de caballería. Amadís de Gaula, el héroe de la novela del mismo nombre, es un personaje hecho de la fibra de los héroes de epopeya – pero a la altura de los nuevos tiempos. Amadís, como todos los héroes de las novelas de caballería, no es un hombre de carne y hueso, Amadís es una idealización. Los héroes de las novelas de caballería no son más que arquetipos, expresión literaria del ideal gótico de la vida. El héroe caballeresco es un personaje sin mácula, honrado, valiente, fiel, leal; honrado protector de los débiles, leal con sus amigos y esclavo de la palabra empeñada, es decir, el ideal gótico caballeresco propio de la Edad Media. La llamada novela de caballería es con precisión la expresión literaria de una concepción de la vida determinada e idealista en extremo. Aunque se considere peregrina y heterodoxa esta teoría, se podrían llamar a las novelas de caballería “protonovelas”.

Se podría decir que la novela no es tanto una degeneración de la epopeya sino un nuevo género literario que, si guarda semejanza con la épica, ésta sería sólo su carácter narrativo. La novela es un género que sale a luz con la modernidad. Lazarillo de Tormes (1554) asoma en los años finales del Renacimiento, movimiento cultural que significó, entre otras cosas, el descubrimiento de la individualidad. Lazarillo de Tormes es la épica de los que no tienen épica. La historia de los que no tienen historia. Lazarillo de Tormes es la entrada del hombre común en la literatura. Acaso la historia la novela significa, entre otras cosas, la democratización de la literatura. La novela moderna, como aparece en Lazarillo, no está escrita en endecasílabos. Está escrita en prosa llana en el lenguaje que se hablaba en Castilla, sobre todo en tierras de Salamanca a mediados del siglo XVI. Si se analiza la temática del pequeño gran libro, el motor que mueve a Lazarillo no es “idealista”, a Lazarillo lo mueve una necesidad fisiológica: el hambre. D. Américo Castro ha escrito que Lazarillo de Tormes es la épica del hambre.

Al ahondar más en el personaje central de esta novela, se descubre que Lazarillo es el primer personaje novelesco en la literatura europea que aparece en toda su humanidad. Tal es su humanidad que no vemos el ideal que siempre en una forma más o menos latente siempre alienta en el ser humano. Lazarillo significa, entre otras cosas, la transposición del materialismo en la literatura, y en su forma más palmaria, la necesidad de comer. Lazarillo está hecho con todos los humores humanos. Tiene capacidad para mentir, siente odio, es capaz de la venganza y por qué no decirlo, llega a sentir amor, simpatía. Más aún, se puede observar a un Lazarillo vengativo con el episodio en el que incita al ciego a que salte para que dé con su cabeza contra un muro.

Además, Lazarillo se vale de astucias como cuando abre un pequeño agujero en la bota de vino del ciego, “su amo”, para hurtarle un poco de vino con una pajilla. En el señalado tratado cuarto del libro llega a sentir amor, simpatía por el pobre hidalgo a quien sirve. En este conjunto de matices sentimentales de Lazarillo está la grandeza literaria del personaje. Con Lazarillo se incorpora a la literatura a un hombre de carne y hueso, a una persona con todas sus luces y sombras. Como dice Dámaso Alonso, el gran crítico, “Lazarillo es un personaje entreverado”, o sea, un personaje hecho con todos los humores humanos.

La tradición picaresca iniciada por Lazarillo de Tormes y continuada en novelas tan distinguidas como el Guzmán de Alfarache (1599) de Mateo Alemán y El buscón de Quevedo (1632),11 luego está presente en la primera novela hispanoamericana, es decir, en El Periquillo Sarniento (1827) de José Joaquín Fernández de Lizardi. La novela mexicana es un buen ejemplo de la vitalidad de la picaresca en las letras hispánicas. Y no es casualidad que la primera novela hispanoamericana pueda insertarse dentro de una tradición tan española como la es la novela picaresca que constituye el mejor ejemplo de lo que el profesor Rafael Benítez Claros ha designado “literatura experiencial”. Siendo una de las constantes de la literatura española la elevación al plano estético de la estupenda vitalidad española – La Celestina, Don Juan, la obra toda de Cervantes, Pérez Galdós, las tragedias de García Lorca13 – no es de extrañar que esa literatura de fundamento experiencial se continúe en la literatura hispanoamericana como se descubre en El Periquillo Sarniento.

Es útil sintetizar las principales características de Lazarillo a fin de aprehender cómo se continúan en el texto de la novela de Fernández de Lizardi. Para empezar, la forma de elocución que las dos novelas utilizan es la de la voz narradora en primera persona. Frente al narrador omnisciente, Lázaro y Periquillo narran sus propias vidas. A la nota de experiencialidad se podría añadir un nuevo concepto: la literatura confesional, confesional del personaje.

Las dos novelas son ejemplo de lo que Wolfang Kayser denomina “la novela de personaje”. Según el preclaro teórico de la literatura, las novelas por su estructura se pueden clasificar en novelas de personaje, novelas de espacio, y novelas de acción. Tanto Lazarillo como Periquillo caen dentro de los cánones de la novela de personaje. En Lazarillo aún se hace más patente el escenario por completo desnudo y el enfoque en el personaje central, es decir, en Lazarillo. En El Periquillo, aunque estén presentes muchas notas costumbristas – el romanticismo que ya se anuncia – no hay duda que lo esencial son las andanzas y peripecias de Periquillo. Una característica de la picaresca es el desenfado con el que el pícaro habla de su nacimiento y progenitores – característica que aflora en las dos novelas. Frente a la genealogía aristocrática de los héroes de la novela bizantina y de la novela caballeresca, los personajes picarescos hacen ostentación de su vulgar abolengo y de la poco edificante conducta de sus padres.

También se presenta, como nota de la novela picaresca, al joven que sirve a muchos amos. En el texto de Lazarillo, como en el de Periquillo, fueron los dos mozos de distintos amos. Las urgencias económicas y la lucha por lograr el diario sustento son rasgos ónticos que se dejan ver en estas novelas. Podría decirse que los personajes centrales Lazarillo y Periquillo luchan por la supervivencia biológica, luchan por la sustentación más elemental.

En las dos novelas resalta la ausencia de ideales. La conducta de Lazarillo, como la de Periquillo, no es movida por ideales de amor, justicia, belleza, devoción a la patria o ideal religioso: luchan para sobrevivir. Desde luego, mucha agua había corrido bajo los puentes desde la aparición de Lazarillo hasta la publicación de Periquillo Sarniento. Fernández de Lizardi, formado en el neoclasicismo, rinde tributo al afán didáctico propio de la literatura neoclásica. En Periquillo Sarniento existe una intención que no concurre en el pequeño y vigoroso libro que es El Lazarillo de Tormes: La intención didáctica, manifestación de principio de utilidad que, para los neoclásicos, debiera de tener la obra literaria. La narración en la novela de Fernández de Lizardi no ofrece la concisión y el vigor de Lazarillo por su afán de editorializar, el ansia de enseñar típica del neoclasicismo. El anónimo autor de Lazarillo narra y es el lector quien colabora con el anónimo autor para inferir principios o enseñanzas del libro. En el caso de Lazarillo, se podría opinar que hay una aguda crítica social y religiosa que refleja el erasmismo, actitud predominante en un gran sector del humanismo español en la primera mitad del siglo XVI. Habrá que recapitular en este importante hecho. Si bien es posible en Lazarillo advertir el erasmismo en la crítica de distintos religiosos, en el libro no se predica, se presentan literariamente bellísimos cuadros de hábitos y costumbres de religiosos españoles en la primera mitad del siglo XVI. Para estudiar más las diferencias, en Lazarillo, padre de tradición picaresca, la concisión misma tiene mucha más vitalidad y concentración que la novela de Fernández de Lizardi. En El Periquillo Sarniento es posible hallar muchos pasajes costumbristas que anuncian ya la ficción de los románticos por lo que se ha llamado el “color local”, o como sería preferible llamarlo, el pintoresquismo romántico.

Para concluir la investigación, se puede decir que no hay solución de continuidad en la historia. Lazarillo y El Periquillo Sarniento, a pesar de sus grandes diferencias, ponen de manifiesto la continuidad del quehacer literario, de la tradición literaria a la vez de hacer patente la veracidad del juicio del gran filósofo Eugenio D’Ors: “en la literatura lo que no es tradición es plagie”.